Suena el despertador… legañas,
sopor, hastío. Abro los ojos… abro lo ojos… y ya está, simplemente abro los
ojos y devoro un vaso de agua, pues apenas tengo comida que echarme a la boca; mejor
no pensar en ello. Doy vueltas por entre los muros de mi casa, pensando cuál
sería el mejor modo de poner el pie en la calle… y no me atrevo a otear el
cielo por entre la ventana, no quiero ver reflejado en él la tierra para la que
sirve de bóveda…
Abro los ojos… y busco, busco y
rebusco en el recóndito de mi ropero… no tengo con lo que tapar mi famélico…
apenas un jirón de aquella camisa que tanto me gustaba y que ahora solo son
hilos, hilos… hilos… Pero ahí está, aún está allí… en el fondo del ropero…
aquel espejo roto; medito, pero, aun así, meditabundo, me acerco a aquel añico
espejo y miro mi rostro… hace tiempo que no lo veía… que diferente me
encuentro, ¡qué diferente!
Abro los
ojos y salgo a… al campo de batalla… ¿quién hubiera pensado que ese parque que
se levantaba majestuoso ante mis ojos cada mañana ahora fuera una selva
amazónica? ¿Quién iba a decir que cada calle, camino de un destino rutina,
fuera ahora camino agujero, camino abrupto? Son las calles… calles abrojos…
calles rotas todas… calles de esta ciudad alambre antiguamente gloria dorada, antiguamente
fábricas ardiendo progreso, gentío inundando inconscientes las calles, desperdiciando
el tiempo con oro… calles rotas, todas rotas… calles dunas ladrillos inmensas,
calles pájaros vísceras por entre las baldosas, por entre los tejados partidos
mil pedazos… calles cloacas, calles ratas devorando pájaros… sopla el viento…
Sopla el
viento, abro los ojos… y vuelvo a razonar… qué mal me sienta salir ahí fuera… y
sigo camino paso a paso, pisando hacia el cadalso… al menos el condenado sabía
qué le esperaba… en nuestro caso ya no queda verdugo que nos corte la cabeza…
solo la incertidumbre de que será lo que nos mate cada segundo que va cayendo
entre los relojes que aun funcionan… sigo mi camino… cerrando los ojos para intentar
quedarme ciego y poder caminar a tientas por este mundo escombro…
Sigo mi
camino… y llego a aquella tienda destartalada… aquella en la que solía ir a
comprar aparatos que no servían para nada… y en el escaparate,
sorprendentemente intacto, un almanaque… 2024… aquel año fatídico… en el que tu
mejor amigo podría haber sido la fiera que hubiera devorado la cuenca de tus
ojos… aquel año en el que a todos nos crecieron colmillos y garras para jugar a
la ley del más fuerte…
Os preguntaréis ¿qué ocurrió? Nos
comimos el fruto de nuestras propias manos… no quedaron recursos para todos…
los unos eran fuertes, los otros débiles; lidiamos entre nosotros mismos para
ganarnos un trozo de pan que nos diera fuerzas para seguir luchando; vivimos
tormentas… tormentas de miseria y de crueldad… los poetas se sacaron los ojos,
cual Edipo, ante la aberración que tuvieron que presenciar… 6 años de miseria,
pobreza… pero ya pasó…
Ya pasó… solo quedamos unos
pocos… fuimos hombres, después fieras… y ahora no sabemos lo que somos… almas
en pena… en las que solo quedó una cosa, la esperanza de construir un nuevo
destino.
...
...
Debemos caminar ya por el año
2030… y sí, soy maestro… maestro de lengua y literatura… para educar a la
verdadera esperanza de estas fieras inhumanas que destrozaron el mundo… a la
única esperanza… los niños. Acudo cada mañana a clase… aunque
me cueste caminar entre escombros, escombros, escombros, escombros, escombros…
Al fin llego a clase… ya no se trabaja por competencias ni se evalúa a los
alumnos… ahora, ahora los maestros que hemos sobrevivido solo queremos educar a
nuestros niños para que sepan vivir entre escombros, para que disfruten del día
a día, para que sean personas respetuosas, solidarias, amigas… para que dejen
de ser las fieras que fueron sus ancestros…
Tuvo que caer la catástrofe para
conseguir una educación en valores puros y en la que los docentes son los que
verdaderamente construyen el aprendizaje moral de sus alumnos… en la que nada es
impuesto y en la que se obtienen siempre buenos resultados, pues no importa
cuánto sepan nuestros alumnos, sino que lo verdaderamente importante solo es
educarlos en valores humanos, que crezcan, convertirlos en las bases de una
nueva sociedad humana.
Nos centramos en la lengua oral,
en el trato con los demás… en escuchar, sobre todo en escuchar a los demás… y
en hablar de poesía, en leer los libros que han perdurado a pesar del tiempo…
nadie podría destruir la poesía. Sí, sobre todo hablamos de poesía en nuestras
clases, para conseguir que nuestros alumnos tengan consuelo, vida, sueño,
añoranza, esperanza… esperanza…
Abro los ojos… arranco el almanaque
en un arrebato de añoranza… y sigo mi camino… Al fin llego a la escuela… y ahí
tengo a mis alumnos, siempre agradecidos de enseñarles a crecer… un grupo de 15
alumnos (¡qué lejos quedan aquellos grupos en los que los niños se hacinaban
unos encima de otros por exceso!). Y comienzo a hablar de poesía… poesía,
poesía y más poesía… y literatura:
- El Lazarillo: luchar por una vida mejor.
- El Quijote: luchar por vuestros sueños.
- La Celestina: repudiad la avaricia, la riqueza.
¡Qué lejos
quedan también aquellas clases en las que lo importante era solo saber que
Melibea era Melibea y que Calisto era Calisto; en las que Alonso Quijano era
Don Quijote de La Mancha o no se quería acordar! No aprendemos contenidos, ahora solo aprendemos a ser humanos, a crecer, a
luchar…
La
Catástrofe nos ayudó al fin a conseguir una educación en
valores, una educación basada en nuestros alumnos y no en un número. Una
educación en la que lo importante es hacer crecer a nuestros alumnos, no
insuflar en su cerebro información excesiva. Al
final de aquella clase, cogí aquel almanaque y lo colgué en una pared derruida
de aquella escuela.
A pesar de los problemas, siempre
hay esperanza, siempre es posible un cambio. Hoy, en 2030 y hasta el fin de los
tiempos.
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